Hasta el 31 de Agosto en la GAN estará abierta la instalación fotográfica «Orinoco… Ayacucho 1824 – 2024»
Por Ernesto León- En el cruce entre la imagen, la verdad y la memoria, y subjetividad, la fotografía documental se erige no solo como testimonio de lo ocurrido, sino como un modo singular de decir el mundo. Desde sus inicios, la imagen fotográfica ha sido entendida como huella de lo real, como un fragmento de luz fijado en el tiempo. Pero en manos de un autor como Rodrigo Benavides, esa imagen deja de ser mera evidencia y se transforma en lenguaje, en narración visual que interpela tanto a la historia como a la sensibilidad.
Este tipo de fotografía, en el caso Benavides, de lo que llamaríamos fotografía documental, cuando asume su carácter subjetivo, no renuncia a la verdad: más bien la resignifica. Ya no se trata de reproducir una cronología cerrada, sino de abrir una experiencia donde la mirada del fotógrafo condensa afectos, intuiciones, paisajes y gestos mínimos. En ese gesto, la imagen se vuelve acto de enunciación: no reproduce el pasado, sino que lo interpreta. Rodrigo siempre ha sido muy continuo en su óptica, como él mismo lo revela en sus tres tipos de planos cuando obtura la cámara. Entonces, en este caso, se trata de una verdad situada, encarnada en el ojo que mira, en la cámara que encuadra, en el archivo que se activa. Así, la fotografía documenta no solo hechos, sino también estados internos y tensiones latentes que la historia oficial no ha visto o silencia.
Walter Benjamin, en su célebre ensayo Sobre el concepto de historia, nos recuerda que la imagen del pasado aparece “como un relámpago” que ilumina el presente desde la grieta de la memoria. Para Benjamin, el archivo no es un reservorio neutro, sino un campo de lucha entre el olvido y la redención. En este sentido, la fotografía documental subjetiva de Rodrigo no es solo ilustración de lo sucedido: es una forma de interrupción, una constelación de sentido que nos confronta con lo que pudo haber sido y no fue, con la historia desde abajo, desde lo no dicho. En ella, la imagen se convierte en un acto de justicia.
Una expo imperdible
Este tipo de imagen se ancla en una estética que halla en la melancolía y en lo sublime natural un campo fértil de expresión. Como los viajeros románticos del siglo XIX, el fotógrafo-poeta celebra la vastedad de los paisajes, el ritmo del río, el silencio del llano venezolano, pero también registra las marcas del tiempo, la pérdida, la transformación. Hay en esta mirada un deseo de permanencia frente a lo efímero, una nostalgia por aquello que se desvanece. Lo sublime ya no es solo lo grandioso, sino también lo íntimo, lo precario, lo que resiste sin alzar la voz.
En contextos de conflicto, esta poética se enfrenta a un dilema ético profundo. ¿Qué mostrar? ¿Desde dónde mirar? ¿Qué se silencia cuando se estetiza el sufrimiento? El documento fotográfico, en estos casos, debe asumir su responsabilidad: no manipular, no inducir, no falsificar. La ética aquí no es moralina ni neutralidad, sino fidelidad a la experiencia, respeto por el otro, conciencia de la potencia política de una imagen. Fotografiar en medio del dolor exige no solo técnica, sino tacto.
En suma, la fotografía de Rodrigo Benavides puede ser a la vez arte, archivo y enunciado político. Cuando se conjugan la sensibilidad estética, la conciencia histórica y la ética del testimonio, nace una forma de verdad que no necesita imponerse: basta con que nos haga mirar de nuevo, sentir distinto, recordar lo que creíamos olvidado. (Dedicado a la memoria Pablo Benavides)
Bibliografía
• Benavides, R. (2024). Orinoco, Cubagua Ayacucho, 1824 2024. Encrucijadas y metáforas nuestroamericanas. Fotografías de Rodrigo Benavides. [Exposición de fotografía]. Galería de Arte Nacional, Caracas, Venezuela.
• Benjamin, W. (2008). Tesis sobre la historia y otros fragmentos (B. Echeverría, Ed. y Trad.). Editorial Ítaca / Universidad Autónoma de la Ciudad de México.
• Sontag, S. (2006). Sobre la fotografía (C. Gardini, Trad.; A. Major, Rev. trad.). Santillana Ediciones Generales.